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Desapareció después de un terremoto

Meditando a la medianoche, me encuentro con un ataque hormonal y una neurona arrecha. Molesta con las injusticias, la ignorancia y la terquedad, no mía, sino del resto del Universo. Algunos prefieren darse muchas veces con la misma piedra, aunque las miles de veces les duela en el dedo chiquito del pie, arrastrando una cruz ajena, caminando descalzos por arena de playa a las 12 del mediodía, llorando por un "muerto" que ya se enterró y paseando la pena para que los demás tengan lástima. Que una y otra y otra vez les pasó esto, aquello y lo otro, que si terminaron, que si volvieron, que ya no es lo mismo, que lo dejó todo en la relación y paren de contar. Cuando están separados "están bien" pero salen de sus casas sin mirarse en el espejo, que vuelven pero son tan infelices, y otras cosas depresivas que viven los seres humanos. Dónde queda su dignidad y su respeto propio, más allá de lo que muchos confunden con amor y que apaga la luz, se queda el "contigo pero sin ti" que te va robando espacios.

 Yo opté por no prestarle mucha atención a ese tipo de gente, porque me di cuenta que les apasiona ser protagonistas de su propia radionovela, hacerse las víctimas, crear su propia tensión, buscar enemigos y villanos y montarse en el escenario, sabiendo que la única forma de solucionar el problema es desapareciendo, no más mensajes, no más llamadas, no más redes sociales, la manera más sencilla: ocupándose de sus propias vidas y dejando lo que hace daño en un baúl de recuerdos que servirán algún día de lección.